Guillermina viva en una de las aldeas de El Progreso, Yoro, Honduras. Son 12 hermanos. Su padre les abandonó. Regreso cuando ella tenía 12 años pero no la reconoció como hija suya y la repudió. «Fueron los peores años de mi vida». Un día en el colegio se enteró de que una Fundación iba a entregar una beca para estudiar en un colegio privado a los mejores expedientes. Sus hermanas lo tenían claro: o accedían a esta ayuda o se tendrían que poner a trabajar en la aldea bien limpiando casas, cocinando… Y lo consiguieron. Para eso pasaban las noches junto a una de las farolas de la calle. «Sabíamos que teníamos que dar lo mejor de nosotros, si no nos quedaba sólo el campo». La escuela pública hondureña tiene un grave problema con las continuas huelgas de los maestros. No dan ni la mitad de las clases lo que hace que sean muchos los que acaben dejando los estudios y poniéndose a trabajar en lo que sea. Y en las aldeas rurales todavía impera la lógica machista de que las niñas lo que tienen que hacer es ponerse a trabajar cuanto antes para ayudar a conseguir ingresos para la casa. A la vez, que los malos tratos y los intentos de abusos por vecinos y familiares se convierten en algo habitual con más de 500.000 denuncias al mes.

Guillermina estudia ahora en un colegio privado, tiene el mejor expediente de su clase y es una de las  líderes de los jóvenes de la Fundación Niños de Guarataro. Se responsabilizan de un comedor, las salas de estudio y la entrega de víveres. A la vez, han creado un grupode baile y se responsabilizan a dar clases de apoyo a los más pequeños de la aldea. A excasos metros de las instalaciones de la Fundación están sus casas: pequechas chavolas de materiales básicos, de una sola habitación sin agua potable y con apenas luz corriente.

Como Guillermina hay otros 48 jóvenes que han conseguido romper su círculo de probreza, ahora podrán soñar despiertos. «Ni en el mejor de mis sueños pensaba que iba a conseguir superarme tanto. Me había resignado ya a trabajar desde pequeña». Guillermina ahora sueña con la universidad, con ser independiente y con devolver todo lo que están apostando por ella. Tan sólo tiene 16 años pero habla como una adulta con sonrisa de niña. Mientras su abuelo sigue caminando por la aldea.

Llevo casi ya una semana en Honduras. En este tiempo he recogido 17 historias de cambio. Testimonio de personas a las que se ha ayudado a cambiar sus vidas bien asegurándoles comida, atención sanitaria o educación. Los pilares básicos para romper un cículo de pobreza que sigue afectando al 75% de la población de un país roto por la corrupción.