Guatemala me recibe con una cerrada tormenta. Es invierno, época de lluvia y de noches cerradas a partir de las seis de la tarde. El viaje ha durado en total más de 24 horas con tres trasbordos, dos aduanas y diez chicles. Miami es un lugar al que hay que volver. He pasado tres horas en su aeropuerto, rodeado de quinceañeros norteamericanos y a un penetrante olor a vinagre. Mañana a las seis viajo a Quetzaltenango, la ciudad de los Quetzales. Allí visitaré diferentes escuelas y palparé la realidad de la zonas rurales, donde los jóvenes esperan con impaciencia a los 18 años para cruzar la frontera como coyotes. Ahora a la cama que se me caen los párpados.