1.400 jóvenes se organizan en red para romper el silencio en torno a los abusos en una de las zonas más deprimidas de Nicaragua
*Reportaje publicado previamente en El País / Planeta Futuro
Marling Mendoza tiene 28 años y es una excepción en su comunidad, Las 40, en Chinandega (Nicaragua), paso obligado de camiones y transporte terrestre rumbo a Honduras. No está casada, ni tiene hijos, ni piensa en migrar. Esta situación le ha convertido en la confidente de muchas amigas que acuden por las mañanas y las tardes a la pulpería, pequeño ultramarinos familiar en el que trabaja. “Unos días me cuentan que no tienen cómo alimentar a sus hijos; otras veces, entre lágrimas, cómo les pegan sus parejas”.
Mendoza pasó de confidente a generadora de cambios en el momento en que comenzó a acompañar a sus amigas y vecinas a denunciar las agresiones. La última que ha interpuesto ha sido a través de una llamada anónima a la policía. “Una señora prostituye a sus hijas de 14 y 16 años en su propia casa donde vende alcohol a menores y realiza peleas de gallos ilegales”. Mantiene, con los ojos bien abiertos, que toda la comunidad lo sabe, pero pocos actúan. Habla con la crispación de alguien que siente como propios los problemas que le comparten.
Según las estadísticas oficiales, 16.400 niñas han sido violadas en la última década en Nicaragua
Nicaragua es, junto a la República Dominicana, el país de América Latina con mayor porcentaje de adolescentes embarazadas: una de cada diez adolescentes de entre 15 y 19 años queda encinta. Muchas de ellas, fruto de una agresión sexual. Según las estadísticas oficiales, 16.400 niñas han sido violadas en la última década y una ley de 2006 prohíbe el aborto.
La policía hace más de seis meses que no acude a Las 40. Desde que, tras otra llamada, les recibieran a tiros. “Ahora si no es por temas relaciones con tráficos de drogas, ni aparecen”. Y la falta de acceso tampoco lo facilita: hay que atravesar un río en épocas de lluvias y se encuentra a más de hora y media de camino polvoriento de la ciudad más cercana. A falta de policía, Mendoza está en contacto directo con los 35 jóvenes de su pueblo por WhatsApp y los convoca cada mes para repasar preocupaciones y hablar de cómo prevenir nuevos casos de violencia.
También forma parte de otro grupo más amplio con el resto de responsables de los comités de jóvenes de los otros seis municipios que conforman Chinandega norte y con los que ha trabajado los últimos cinco años la ONG vasca Solidaridad Internacional – Nazioarteko Elkartasuna para prevenir la elevada tasa de violencia sexual a través de talleres y la creación de espacios para el encuentro con apoyo financiero de las diputaciones forales vascas.
Valeria fue quien introdujo en el grupo de WhatsApp a Mendoza. Vio en ella una buena aliada durante una visita a su pulpería. “Buscábamos llegar a nuevos municipios con la misma vulnerabilidad de la ciudad y en el mismo contexto de frontera”, explica quien prefiere no dar su verdadero nombre. Ella llegó a la red por casualidad. Nunca antes había oído hablar de violencia, ni de las leyes que protegen a las mujeres. “Esa noche lloré. Decidí denunciar todas las agresiones que conociera a partir de entonces”.
Cinco años después no ha dejado de participar en los grupos, desarrollar talleres e incluso redactar obras de teatro y telenovelas para abordar el tema en las radios locales con las que colabora, como Radio Somotillo. “Todas aquellas lágrimas las convertí en fuerza. Caí en la cuenta de que mi novio de entonces me maltrataba y de que no había superado muchos episodios de mi infancia”.
Valeria a sus 29 años no es una excepción, sino que forma parte de la media: a los 13 años sufrió una agresión sexual por parte de una persona de su entorno, a los 16 un vecino de la edad de su padre intentó agredirla cuando se encontraba sola en casa. Todavía hoy no ha podido hablarlo con sus padres. “La primera vez que le mencioné algo a mi madre, me gritó. Me hizo creer que la culpa era mía”. Solo le ha quedado llorar en silencio hasta que hace cinco años descubrió la red de jóvenes en plena fase de construcción.
La ONG Solidaridad Internacional a través de su socia local Adees (Agencia para el desarrollo eco-sostenible) comenzó a implementar diferentes talleres de prevención dentro de los municipios con los que se habían creado observatorios ciudadanos para conectar las alcaldías con los sectores más rurales e incomunicados. A uno de esos talleres acudió una tarde Valeria.
Hoy sigue en busca de nuevas jóvenes a las que incorporar al grupo. En este tiempo, ha recibido un diploma de prevención de violencia y ha pasado a formar parte de los profesores que imparten cada año nuevos talleres. En total más de 1.400 jóvenes de seis municipios diferentes han participado en la red.
«Aquí nadie nos ha hablado de violencia ni de educación sexual nunca. Puedes vivir verdaderos infiernos durante la infancia que nadie denuncia nada y menos tu familia»
Valeria, 29 años
Más allá de ellos, Valeria también aconseja a amigas y compañeras de trabajo. “Aquí nadie nos ha hablado de violencia ni de educación sexual nunca. Puedes vivir verdaderos infiernos durante la infancia que nadie denuncia nada y menos tu familia”. Lo ejemplifica relatando cómo una amiga le acaba de contar extrañada que su padre le quiere revisar la virginidad a falta de unos días de su boda. “Su padre le ha sometido a tocamientos desde pequeña”. El 80% de las agresiones sexuales denunciadas las realizan familiares o conocidos, según el Instituto de Medicina Legal (IML) del país.
De camino a la sede de Adees, Valeria ha visto un señor mayor ofreciendo un refresco a una menor. “Cada vez que veo una situación así, camino despacio y me fijo qué tipo de conservación tienen. No lo puedo evitar”. Para ella nacer mujer en Chinandega y ser adolescentes es “vivir expuesta a la violencia sexual de manera permanente”.
Entre los logros de la red, destaca una denuncia por la desaparición de dos jóvenes en su comunidad. A los seis meses, la policía las encontró en un club de alterne en Guatemala. “La hermana de una de ellas formaba parte de la trama de trata. La otra vive hoy en El Salvador junto a su madre”.
Una vez al año, la red convoca un encuentro con jueces, policías y abogados con el objetivo de conocerlos en persona. “Luchamos contra siglos de historia de violencia”, asegura el juez de Somotillo, Israel Corrales, de 40 años y quien participó en el último encuentro.
Chinandega cuenta con los mayores índices de criminalidad de Nicaragua y los seis municipios del norte viven a la sombra de la mayor aduana del país: el 80% de las mercancías terrestres entran por el paso fronterizo de Guasuale. “Junto a las mercancías, toda una red de contrabando aprovecha los puntos ciegos de la frontera entre las montañas y las riberas del río que hace de frontera natural para transportar otras sustancias ilegales, así como personas”, contextualiza Corrales.
El contexto de pobreza, la falta de oportunidades y los intereses del crimen organizado por controlar la zona, empujan a muchos jóvenes a migrar. De los 1.400 formados a través de la red en prevención de violencia, ahora mismo tan solo se mantienen en sus casas la mitad, 368 mujeres y 332 hombres. “El resto ha marchado a otro país o espera su momento”, explican los responsables de Adees.
Entre los que se quedan, también han impulsado cursos de emprendimiento, de artesanía, confección de hamacas y producción de nuevos cultivos. “Al principio disfrutan mucho, después regresan a sus trabajos habituales entre el campo y otras actividades esporádicas”, explican los responsables con la ilusión de seguir generando alianzas para fortalecer las redes.
Valeria camina ya hacia su casa atenta a cualquier caso de agresión y Mendoza ha vuelto a ponerse detrás del mostrador de su pulpería. Allí le espera siempre un cargador de móvil para no quedarse sin batería. No sabe cuál será la confidencia que le compartan hoy sus amigas y clientas. Lo que sí sabe es a dónde acudirá para denunciarlo y posiblemente le baste un mensaje de WhatsApp para hacerlo.
EN BUSCA DE NUEVAS MASCULINIDADES
Aurelio tiene 26 años, una hija de 10, otra de cinco y lucha por alejarse de las drogas, tanto de su consumo como de su venta desde hace año y medio. De sus amigos de la infancia, ya ha visto morir a 15 por mezclar alcohol y drogas. “Otros tantos han marchado a El Salvador y andan atrapados en las maras”. Su hermano mayor cumple condena por tráfico de drogas. Espera con impaciencia los cinco años que le quedan para verle de nuevo en libertad.
Ahora es el responsable de la liga de fútbol entre las seis comunidades que conforman Chinandega norte y en las que está presente la Red de Jóvenes. “Todos los días a las cuatro de la tarde jugamos a fútbol: saber que me espera el resto, me ayuda a no ir a comprar droga”, asegura con un aspecto del que jamás deducirías su pasado: grandes hombros, sonrisa ingenua y rasgos aniñados.
Desde hace tres años forma parte de la red de jóvenes contra la violencia en Chinandega Norte y ha realizado junto con otros 25 jóvenes en un taller de nuevas masculinidades. “Al principio acudí reacio, después comprendí en la imagen de hombre que nos han educado y en el papel que desempeñábamos para terminar con la violencia”. En su caso fue decisivo para dejar de vender droga a otros, después también para dejarla de consumir y ahora por redefinir la imagen de padre que quiere transmitir a sus hijos.